Soy de los que critican a los sacerdotes que se atreven a dar consejos matrimoniales a los futuros esposos. Desde que tengo uso de razón me ha parecido un contrasentido que alguien que en teoría no puede casarse ni vivir en pareja prescriba recetas a quienes pretenden hacerlo. ¿Desde qué asidero empírico puede opinar sobre cosas que ni siquiera otros matrimonios serían capaces de anticipar, pues cada pareja es un mundo, y cada mundo entraña su propia complejidad? Pero si bien creo que quien hizo un voto de castidad es la persona menos autorizada para hablar sobre el matrimonio, también reconozco que los ministros religiosos son parte del coro de voces que intentan explicarse la realidad, así lo hagan bien o mal. Tienen derecho a opinar, y nosotros también tenemos derecho a hacerles caso… o no.
El ejemplo anterior viene a cuento porque en el argot periodístico es común la pregunta sobre quién es periodista y quién no lo es. Ontológicamente ese asunto es distinto al que entraña otra pregunta: ¿quiénes participan en la producción de la información? Pues no todos los que nos hemos contado entre estos últimos podemos considerarnos periodistas. Hace poco más de tres años muchos nos escandalizamos porque se entregó el Premio Jalisco de Periodismo en la categoría de trayectoria a una persona que no ejerce esta profesión de manera regular. Sigo pensando que esa decisión fue un despropósito que ofendió al gremio y que obedeció a motivos políticos; pero también pienso que el periodismo es resultado del trabajo colaborativo de muchas personas, incluidos quienes no somos periodistas.
Como oficio, el periodismo es el mecanismo más completo que han creado las sociedades para explicarse a sí mismas en tiempo real. Mientras más profesionales sean quienes lo ejercen lograremos respuestas más precisas para la pregunta ‘¿quiénes somos?’. Pero los periodistas no pueden construir esas respuestas sin la ayuda del resto de la sociedad. No son ellos los únicos que intentan explicarse la realidad y explicársela a los demás. En la misma tarea están los artistas, los científicos, los trabajadores sociales, los activistas y muchas más personas. La tarea del periodista es sistematizar sus voces, no sustituirlas.
Ejercer este oficio es un acto creativo, pues sistematizar datos de la realidad para construir con ellos una interpretación que pueda ser compartida y útil para un destinatario es dar lugar a sustancia nueva. Cuando se ejerce el periodismo con cabalidad el mundo se amplía, porque junto al mundo aparecen las interpretaciones del mundo, sumamente necesarias para transitarlo. Ese carácter creativo es también una tentación vanidosa, una ventana de oportunidad para la soberbia o el autoengaño, pues el periodista puede creer que construyó la realidad que refiere, cuando simplemente la sistematizó, la interpretó y la convirtió en algo compartible. No es poco, pero solo es eso.
En atención a lo anterior es necesario insistir en que la construcción social de la realidad implica el concurso de todo tipo de voces. El periodismo nunca está completo, pero se acerca a estarlo en la medida en que reconoce con humildad el papel que juega la señora que ofreció su testimonio; la familia que se vio afectada; el personaje-noticia que reveló la entraña de un proceso; el funcionario que hizo bien su trabajo y gracias a ello contamos con datos que pueden sustentar una afirmación; y un largo etcétera. Reflejar esa pluralidad de voces no solo obedece al principio realidad; también es el primer paso para abrir a los medios de comunicación a una pluralidad de potenciales respuestas de las mismas proporciones. Cuando esto ocurre el periodismo es un catalizador de la ciudadanía comprometida, y se dan pasos discretos –pero sólidos– hacia la restauración del tejido social.
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